EL MAESTRO SHU TAIRA PREMIADO
EN LA GALA DE LA RFEJYDA 2021

José Antonio Sánchez Gandoy
8º Dan de judo

 

El sensei Shu Taira ha sido galardonado con el premio al mejor maestro (profesor) de España por la RFEJYDA en la Gala anual de la Real Federación Española de Judo y D.A., celebrada en la sede del Comité Olímpico de España, en Madrid.

Shu Taira, japonés, llegó a Asturias por primera vez en 1967, donde se afincó definitivamente. Inició su actividad ofreciendo a lo largo de estos años sus conocimientos al judo español. Reuniones técnicas, formador en cursos nacionales de titulación, jornadas sobre kata y hasta casi una decena de libros editados sobre judo son algunas de sus credenciales que completó siempre con clases diarias en colegios y clubes. Sin olvidar que apenas llegado de Japón a Oviedo compitió en España y ganó el abierto absoluto “Trofeo San Isidro de Madrid”, sin categoría de pesos y con el público volcado ante la sutileza y efectividad de su judo apasionante.

Son muchas las generaciones que han aprovechado sus conocimientos. Cientos de profesores han sido alumnos de sus cursos nacionales. Desempeñó cargos federativos y hasta se convirtió en el enlace imprescindible para la primera llegada a Asturias y luego a Madrid de los campeones mundiales nipones Fumio Sasahara y Katsuiko Kashiwasaki. También del sensei Shiro Yamamoto, especialista en kata enviado por el Kodokan a Europa y que visitó Asturias desde 1998.

Sus alumnas y alumnos consiguieron en kata medallas en campeonatos mundiales y de Europa y chicos y chicas del club lograron medallas nacionales en combate.

Miles de niños y adultos de su Comunidad pasaron por los colegios y gimnasios que llenaba con su sola presencia. Los fundadores del club Takeda creado por unos entusiastas de este arte marcial pudieron, tras una suerte de casualidades, fichar a un joven Taira y aquel gimnasio donde “solo” se practicaba el judo empezó a dar las primeras pinceladas. Shu Taira ,de vacaciones en España, había llegado a Oviedo de la mano del maestro Masurao Takeda para una exhibición, tras la que regresó a Japón. La segunda vez volvió para quedarse, asentarse como maestro y formar una familia.

En 1968 asistí invitado por un socio a una de sus clases. Dos días más tarde me ponía por primera vez un judogi sin saber lo que era el judo ni como podía desarrollarse un entrenamiento. El empujón llegó el día anterior por “prescripción médica” ya que mi día a día de entonces se alejaba un poco de lo que representaba una vida tranquila y cuidada. Aquel médico con gafas de empaste y bigotito de general de división casi me ordenó un cambio estricto e inmediato: “Debe usted -tenía 18 años- dejar de fumar, descansar y empezar a hacer deporte ¡Ya!”. Y empecé a judo.

Recuerdo ir a sus clases con la sensación de disfrutar de algo especial. Los saludos de protocolo, el respeto, la atención y el silencio que mostrábamos cuando explicaba.

Igual no es fácil imaginarse ahora aquel tatami de hace 53 años con un maestro japonés al que era muy difícil entender “en su poquito español” pero que todos nos moríamos por comprender. Palabras y movimientos te atrapaban. A veces en la clase hacía randori con los de mayor peso y nadie se perdía ese momento.

Lo vi volverse loco por explicar a quienes llegaban de algunos clubes que o-soto-gari no es “primera de pierna”, ni yoko-shiho-gatame la “sexta inmovilización”, etc. Con él en Asturias se vivió un nuevo aire y algo empezó a cambiar para mejor. Impuso un estilo y la terminología del gokyo.

Era todo tan precario que recuerdo una competición en el salón de un chalet donde con las ventanas abiertas el “público” miraba por ellas desde fuera de la casa hacia dentro. Eso por no hablar de los tatamis durísimos, aquellas duchas, vestuarios… No importaba demasiado, esperábamos la próxima clase enganchados al judo.

Empezaron a lloverle ofertas como profesor en otras localidades: Gijón, Mieres, etc., y allá se fue. El judo vivía una expansión importante en nuestra región y el maestro Taira aportaba la calidad necesaria para cualquier proyecto. Ya empezaban algunos de sus alumnos a tomar el testigo de la enseñanza como monitores de su estilo.

Por motivos de trabajo tuve que dejar de entrenar en su club pues me coincidían los días y horarios aunque nunca dejé de tener una gran amistad con él. Pasaron los años e inicié mi andadura como profesor de judo y buscando crecer me preocupé de ver otras escuelas y maestros que sin duda me aportaron mucho pero nunca olvidé la referencia del sensei Taira. En un momento concreto me ofreció trabajar para él en las mejores condiciones pero tuve que declinar la invitación porque ya estaba completamente entregado a mi gimnasio.

Y claro que no todo fueron momentos de risas entre nosotros; estar en competición como rivales a veces generaba situaciones tensas y tuvimos varias de las buenas. Pero siempre fue un caballero, un maestro. Y entre nosotros prevalecía el respeto.

Como kyu tuve la suerte de estar el día que lo visitó su padre Tsuson Taira, 8º dan del Kodokan. Shu Taira que era 4º dan salió al tatami con cinturón blanco rindiéndole absoluta humildad y respeto. A todos nosotros nos llamó mucho la atención. El padre, de traje oscuro y corbata en el tatami, no le quitaba ojo a la clase. Durante la hora de entrenamiento hizo un par de correcciones y en una de ellas se dirigió a mí para indicarme una combinación. No lo olvido.

En septiembre de 1975 su padre volvió a visitarle por segunda y última vez, ambos hicieron una exhibición en el Palacio de los Deportes de Oviedo completamente lleno. Al día siguiente a pesar de que yo daba clase en otro club mi mujer y yo fuimos invitados por Taira para acompañar al matrimonio Taira y a su padre a una cena. Cuando hablaban de judo me traducía su conversación y el padre sonreía por nuestra gran atención a sus palabras pues ninguno de los tres hablaba japonés.

Con Taira viví situaciones singulares. Un día me llamó para que asistiese a una reunión donde otro maestro que acababa de llegar de Kodokan y él hacían el koshiki-no-kata a puerta cerrada. Jamás había visto ese kata completo.

Fuimos juntos unos días de vacaciones y tuvimos mil conversaciones sobre judo. Me atraía oírle hablar de competidores o campeones mundiales a los que daba un papel muy especial y de los que habla con gran respeto. Me gustó su opinión sobre Anton Geesink, por ejemplo, otro maestro con el que estuve en un curso una semana genial.

Entre los detalles que le agradezco especialmente es que siendo rivales de gimnasio siempre me brindó su tiempo para aclarar conceptos de significados y técnicas. Cada vez que iba a examinarme se prestaba para ver cómo era mi programa, algo que me he grabado a fuego y que intento hacer con todos mis alumnos.

Shu Taira es hoy no solo el sensei esencial sino el amigo dispuesto a ofrecer la ayuda para despejar mil dudas. Ahora casi siempre con un café de por medio.

En Asturias ha traspasado completamente lo que es ser aceptado como maestro de judo. Es una figura cuyo prestigio es reconocido en el mundo del judo profesional en España. Por eso y por su labor en la enseñanza hace unos meses el periódico La Nueva España, uno de los diez con mayor tirada nacional, lo nombró “Asturiano del mes”, premio que se concede a personas e instituciones que aportan un activo al Principado de Asturias. Y con el maestro Taira hemos podido estar presentes y sumar su nombre y el del judo a tal distinción.

Quería hablaros un poco del maestro y contaros algunas vivencias siendo su alumno.